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Miércoles, 08 Julio 2015
Juan Carlos González

La lucha de una dominicana de padres hatianos por su derecho a vivir en su país

La lucha de una dominicana de padres hatianos por su derecho a vivir en su país

Un joven limpiabotas le saca brillo a los zapatos de un hombre canoso a media tarde. Ambos escuchan atentos la voz de una mujer que sale de la pequeña radio apoyada sobre el oxidado taburete: “¡Adóptenlos en su país!”, grita la famosa locutora refiriéndose al extenso grupo de inmigrantes o descendientes haitianos que actualmente residen en República Dominicana, “¡qué se los lleven para los Estados Unidos, para Canadá, para Francia!”

Recién se había marchado Yubelki, con paso apurado y nervios mal disimulados detrás de una sonrisa. No acostumbra estar lejos de casa y menos ahora, cuando sobre el ambiente de la ciudad se cierne una real amenaza de expatriación.

Yubelki Pierre nació el 20 de agosto de 1986 en Enriquillo, un pequeño pueblo costero de la Provincia de Barahona, al suroeste del país caribeño. Es la mayor de nueve hermanos que, a pesar de haber nacido y crecido en República Dominicana, nunca han tenido documentos de identidad.

La historia de Yubelki es la historia de la exclusión. Su padres, venidos de Haití para trabajar el campo, vivían en la más absoluta miseria apartados en una loma. Sufrió el abandono temprano de su padre mientras su madre, imposibilitada para ofrecerle sustento, tuvo que regalarla a una señora cuando Yubelki tenía seis años de edad: “Recuerdo que mi mamá me dijo ‘báñate porque vienen a buscarte’. Yo no dije nada, sentí que debía obedecer. Ella solo quería lo mejor para mí”. Yubelki pasó los siguientes tres años sin siquiera ver a su mamá, y ya nunca volvió a vivir con ella regularmente.

En República Dominicana, país que comparte la isla Española con Haití en medio del Mar Caribe, la marginación que sufre Yubelki tiene una larga historia que hermana a ambas naciones. Aunque sus relaciones han estado marcadas por largos períodos de entendimiento y confraternidad, haitianos y dominicanos también recelan episodios de opresión y masacres. República Dominicana es uno de los países de la región con más altos índices de pobreza e indigencia, pero tener una mejor situación en comparación con el vecino Haití — en términos de estabilidad política, crecimiento económico, clima favorable para las inversiones y relativa transformación económica —, lo ha convertido en un país de atractivo migratorio para muchos ciudadanos haitianos, quienes durante gran parte del siglo XX levantaron con su sudor y sangre la que fue una pujante industria azucarera, y en pleno siglo XXI siguen sosteniendo con sueldos vergonzosos áreas como la construcción, la agricultura y hasta el servicio doméstico.

Esta presencia de la migración haitiana en República Dominicana, que sectores conservadores y algunos poderosos medios de comunicación denuncian con calificativos que van desde “masiva” hasta “invasión pacífica”, está afectada por falta de documentación para residir en el país. Trabas burocráticas del Estado dominicano, altos costos de gestión para una población empobrecida y la propia incapacidad del Estado haitiano para documentar a sus nacionales ha dificultado que gran parte de esta población permanezca en República Dominicana de forma regular. Y sus hijos han pagado las consecuencias de esta situación.

Yubelki ha sido una de ellas. Antes de morir, su madre adoptiva intentó declararla para que pudiera tener un documento de identidad, pero fue imposible: “Había que buscar papeles por aquí y por allá, y no teníamos dinero. Antes no había tanto problema como ahora y no le dimos mucha importancia”. Durante décadas, era práctica común que personas ajenas a la familias indocumentadas reconocieran a sus hijos como propios. También fue normal que miles de personas pasaran toda su vida sin un documento de identidad: “Cuando era pequeña solo estudié hasta tercer grado, por la falta de papeles no seguí estudiando”. Pasó doce años entre la casa de su madre adoptiva y la de su hermana de crianza “haciendo oficio, haciendo mandados, y asistiendo a la iglesia”.

Tuvo que esperar hasta el año 2005 para volver a la escuela y contar con la secreta solidaridad de profesores y directores quienes, haciendo caso omiso a las exigencias del Estado dominicano, han permitido que ella continúe sus estudios aunque no tenga documentos de identidad. Ahora está a punto de graduarse de bachiller, pero no podrá ir a la universidad si no logra obtener una cédula de identidad.

Su caso es excepcional. La mayor parte de las personas afectadas por la falta de documentos no pueden seguir estudiando, tampoco los emplean en trabajos dignos ni cotizan en la seguridad social.

“Mi vida empezó a cambiar cuando conocí a Elena, una chica que vive por aquí y que siempre me decía que fuera con ella a las reuniones de Reconocido”. Reconocido es un movimiento social conformado por dominicanos de ascendencia haitiana que luchan para que el Estado dominicano reconozca el derecho a la nacionalidad por suelo que tienen todas las personas nacidas en el país hasta el año 2010.

Su decisión de luchar por tener documentos coincidió con el conflicto generado en el país en 2013, a raíz de la Sentencia 168 dictada por el Tribunal Constitucional dominicano, que arrebataba la nacionalidad de todas las personas nacidas en el país entre 1929 y 2010 de padres en situación migratoria irregular. Esa Sentencia, que dio origen al Plan de Regularización de Extranjeros y obligó al Presidente Danilo Medina a promover una alternativa legal a las personas afectadas por dicha Sentencia — conocida como la Ley 169 —, le dio la oportunidad a personas como Yubelki de optar por un documento de identidad.

Ella cuenta que al llegar al lugar donde iba a sacar su documento, encontró una fila donde todos hablaban creole. “Muchas personas habrán pensado que yo era una comparona porque no hablaba, pero es que no entendía nada”. Muchas veces la sacaron de la fila con el argumento que sus requisitos estaban incompletos, y tuvo que volver cuatro veces hasta completar el proceso. Fue testigo del maltrato verbal y en ocasiones hasta físico que funcionarios policiales y militares infringían a muchas de las personas que hacían fila tanto para el Plan como para la Ley, donde mezclaban a haitianos con dominicanos de ascendencia haitiana: “a todos nos hablaban como si fuéramos animales”.

Algunas organizaciones locales sin fines de lucro manifestaron que los pocos funcionarios asignados, la falta de espacios para atender la gran cantidad de solicitudes, y la exigencia de requisitos imposibles de cumplir para una población mayoritariamente pobre hicieron más difícil ambos procesos. Según cifras del Ministerio de Interior solo 288,466 extranjeros pudieron inscribirse en el Plan de Regularización para optar por una residencia legal, y apenas 8,755 personas se registraron con la esperanza de obtener un documento de identidad dominicano — en un universo estimado en más de 105 mil.

Este último grupo tendrá que esperar la aprobación de sus solicitudes y luego de dos años podrían optar por la nacionalidad dominicana, aún habiendo nacido en el país antes del 2010. Por esa razón, Yubelki insiste en restringir sus movimientos lo más posible: “No tengo documentos todavía, y siento que los guardias (de Migración) no van a respetar el recibo que tengo conmigo. Si quieren romperte el papel en la cara te lo rompen. Ellos son la piedra y nosotros el huevo: Si chocan uno contra otro adivina cuál se romperá primero”.

Mientras se aleja con paso ligero calle abajo, continúa sonando la voz femenina por la radio. La locutora afirma que hay un plan macabro de unificar a Dominicana y Haití, y que por eso se debe retomar la construcción de un muro en la frontera luego que se hagan las deportaciones. Yubelki no llegó a escuchar esa parte, tenía prisa por disfrutar el poco tiempo libre que le dejan sus cuatro trabajos, con los que apenas gana menos de 200 dólares al mes.

“Yo sé que mis padres son haitianos pero yo me siento dominicana. Cuando era pequeña me sentía mal y denigrada si me decían haitiana porque mis compañeros de la escuela me relajaban. Ahora que soy adulta siento que no tengo que avergonzarme porque mis padres sean de allá”.

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